No diga crisis, diga: ¡Depresión! (III)

Me gustaría hablar sobre una de las poderosas herramientas que por fortuna tenemos para dar un nuevo rumbo a la economía: Internet, y a una teoría económica: la de la larga cola (nada que ver con John Holmes)

La teoría de la larga cola, desarrollada por el editor jefe de la revista Wired, Chris Anderson, explica la existencia de una avasalladora demanda para un número reducido de productos (el último single de Madonna o Beyoncé), pero también una pequeña demanda, de un número de productos que tiende a infinito (el de Rebujitos, Camarón, el grupo del hijo del vecino que te fastidia las siestas...)

Cuando la red no existía, la distribución de estos productos minoritarios, era imposible, pues el volumen de ventas no justificaba su colocación en las estanterias de una tienda, en un hueco que podria ser aprovechado para colocar un producto que se sabía, o se esperaba, sería un éxito rotundo. El mundo se perdió la obra de Manolo Kabezabolo o Mcnamara (gracias a dios)

Entonces llegó internet, el mejor canal de distribución posible, y la cultura se hizo verdaderamente universal. Cualquiera enchufado a la red, puede acceder a literalmente cualquier libro publicado, cualquier album editado o cualquier programa desarrollado.

El joven compositor al que ninguna discografica quiso producir un disco, tiene la oportunidad de establecer una base de fans que posteriormente acudirá a sus conciertos o puede tener la suerte de que una compañía de publicidad se fije en él y haga de su música la banda sonora de un spot, como ocurrió con el anuncio de la lotería de navidad del año pasado.

Cada persona puede ser un creador: de historias, comics, pintura, software, música... El público potencial es tan grande, que tenemos la posibilidad de crear un nicho de mercado pequeño pero medianamente rentable, al menos para cubrir costes y darnos publicidad de cara a empresas mayores.

Aún recuerdo el boom de las tiendas en internet, al cobijo de las punto com. Incluso en más de una teleserie, el personaje de turno tenia la suya propia en la que vendía sus visillos hechos a mano.

Con la debacle del 2000, en la que los accionistas de Terra se despertaron una mañana siendo poseedores de un bonito montón de papeles con los que limpiar sus "penas", la pequeña tienda personal se vió arrastrada por los grandes portales hacia el abismo del olvido. Dejando de lado planes de empresa erroneos y/o la improvisación que imperó en dichos negocios, creo que la mayoria quebró porque vendia productos que cualquiera podría comprar en su barrio. A nadie le interesaba comprar tornillos en Alcorcón, si vivias en Liverpool. A no ser que los compraras al por mayor, los gastos de envio disparaban el precio del producto, por muy barato que lo vendieras.

Con la producción industrial monopolizada por los paises en vias de desarrollo (que ironia), debería volver la epoca del artesano, de la personalización, de lo exclusivo, no en el sentido elitista de algo inaccesible para la masa, sino en la creación de productos a gusto del consumidor. Un ciudadano, un producto. Bonito slogan para el capitalismo 2.0

El gran problema: la escasa penetración de la red en España, así como su alto precio. Debería reducirse el precio de la conexión a internet (la más cara de Europa y casi del mundo desarrollado, en relación ancho de banda/precio) así como crearse redes inalámbricas abiertas, en todas las instituciones públicas. Se debería instruir a la población en el uso de internet y de las nuevas tecnologias en general y se debería hacer más eficiente el transporte de mercancias, mejorando la red ferroviaria, carreteras, etc. Pero eso entra en el tema de la movilidad, de la cual hablaré otro día.
Nada de lo dicho nos sacará del agujero en el que hemos caido, pero hasta el camino más larga, empieza por un pequeño paso.
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